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Futuro

¿Cómo será la Ciudad de México en 50 años? ¿Existe futuro para esta ciudad declarada en crisis tantas veces? ¿Qué futuro queremos construir hoy?

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Más que hablar de futuro, como algo dado por hecho, deberíamos hablar de futuralidad, como un proyecto deliberado. La crisis política que subsume al mundo se caracteriza por una tensión entre el neoliberalismo, una nueva izquierda progresiva y postcapitalista y las demagogias tanto de izquierda como de derecha. Esta crisis, que se ve reflejada en la pluralidad de voces en nuestra ciudad, es resultado de un imaginario político anquilosado cuyo principal síntoma es la cancelación del futuro. El capitalismo da la ilusión de acelerar el ritmo del cambio, aunque nos mantiene trotando fijos sobre una banda de correr. Y lo que es peor, en el Antropoceno, la era geológica definida por el impacto de la especie humana en la biósfera, pareciera que la historia se ha reducido a una cuenta regresiva. El fin del mundo no debería conducir a una melancolía neoliberal sino a la reapertura de la historia y la reinvención del futuro, no como una extrapolación del presente, sino como una alternativa radical y optimista.

El futuro es un "verbo" –-una acción–- que hay que conjugar en presente. Su raíz está en el pasado y por eso solemos decir que está adelante, enfrente, vamos hacia él, pero en realidad está detrás nuestro haciéndonos avanzar, empujando: el futuro de nuestra ciudad, no es lo que seremos, sino lo que somos. Si la ciudad es una utopía realizada, entonces el futuro es –-está— presente, se cumple cada día. No debemos dejar que se nos pierda en el pasado. Tampoco que se nos escamotee en el futuro, porque se lo tratan de quitar a la ciudad, a sus habitantes. Al futuro no se llega, y por lo tanto no se vuelve, en él hay que estar, habitarlo. No hay que adivinarlo, pues la profecía es siempre un engaño, incluso o sobre todo cuando se cumple. La posibilidad de evitar que se vuelva una trampa es encarnarlo, vivirlo en presente, no dejar que se nos escape ni el tiempo por venir ni en el ya sucedido. Hay que desterrar el engaño: no nos debemos dejar manipular con y por el futuro de la ciudad, pero tampoco se debe querer engañarlo a él.

El futuro es como los microteatros: casas adaptadas para ofrecer funciones simultáneas. Un fenómeno que no es un conjunto de teatros, sino un sistema flexible de oferta múltiple en diferentes horarios, en diferentes espacios, dentro de nuestra misma ciudad. El modelo que sigue es la reingeniería y el reciclaje de la estructura existente para una ciudad compartida, un modelo que te obliga a convivir y experimentar la ciudad en su cara multicultural y permite tener una estructura urbana más cercana y conectada, y así más compacta.

Más que hablar de futuro, como algo dado por hecho, deberíamos hablar de futuralidad, como un proyecto deliberado. La crisis política que subsume al mundo se caracteriza por una tensión entre el neoliberalismo, una nueva izquierda progresiva y postcapitalista y las demagogias tanto de izquierda como de derecha. Esta crisis, que se ve reflejada en la pluralidad de voces en nuestra ciudad, es resultado de un imaginario político anquilosado cuyo principal síntoma es la cancelación del futuro. El capitalismo da la ilusión de acelerar el ritmo del cambio, aunque nos mantiene trotando fijos sobre una banda de correr. Y lo que es peor, en el Antropoceno, la era geológica definida por el impacto de la especie humana en la biósfera, pareciera que la historia se ha reducido a una cuenta regresiva. El fin del mundo no debería conducir a una melancolía neoliberal sino a la reapertura de la historia y la reinvención del futuro, no como una extrapolación del presente, sino como una alternativa radical y optimista.

El futuro es un "verbo" –-una acción–- que hay que conjugar en presente. Su raíz está en el pasado y por eso solemos decir que está adelante, enfrente, vamos hacia él, pero en realidad está detrás nuestro haciéndonos avanzar, empujando: el futuro de nuestra ciudad, no es lo que seremos, sino lo que somos. Si la ciudad es una utopía realizada, entonces el futuro es –-está— presente, se cumple cada día. No debemos dejar que se nos pierda en el pasado. Tampoco que se nos escamotee en el futuro, porque se lo tratan de quitar a la ciudad, a sus habitantes. Al futuro no se llega, y por lo tanto no se vuelve, en él hay que estar, habitarlo. No hay que adivinarlo, pues la profecía es siempre un engaño, incluso o sobre todo cuando se cumple. La posibilidad de evitar que se vuelva una trampa es encarnarlo, vivirlo en presente, no dejar que se nos escape ni el tiempo por venir ni en el ya sucedido. Hay que desterrar el engaño: no nos debemos dejar manipular con y por el futuro de la ciudad, pero tampoco se debe querer engañarlo a él.

El futuro es como los microteatros: casas adaptadas para ofrecer funciones simultáneas. Un fenómeno que no es un conjunto de teatros, sino un sistema flexible de oferta múltiple en diferentes horarios, en diferentes espacios, dentro de nuestra misma ciudad. El modelo que sigue es la reingeniería y el reciclaje de la estructura existente para una ciudad compartida, un modelo que te obliga a convivir y experimentar la ciudad en su cara multicultural y permite tener una estructura urbana más cercana y conectada, y así más compacta.