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Valor del suelo

¿Qué aspectos definen el valor del suelo? ¿Quiénes lo determinan? ¿Cómo se puede regular? Y, ¿cómo podemos obtener beneficios sociales del mismo?

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El valor del suelo se determina por las actividades económicas para las que pueda ser ocupado, la intensidad de éstas y los factores contextuales de su ubicación (conectividad, infraestructura, seguridad, acceso a educación, salud, oportunidades) que lo hacen más o menos atractivo. En las zonas de esta ciudad con mayor actividad inmobiliaria se esperaría que el valor del suelo converja a lo que se conoce como el valor residual: lo más que alguien estará dispuesto a pagar por un terreno es la diferencia entre las expectativas de comercialización de lo que ahí se ponga y los costos asociados a ponerlo, incluyendo la utilidad esperada. Por ejemplo: conforme crece la demanda por vivienda y aumenta su precio esperado, entonces jala hacia arriba el valor del suelo aledaño, que a su vez afecta el valor mínimo esperado de la vivienda que se produzca ahí, y así sucesivamente… hasta que el valor de la vivienda supere la capacidad adquisitiva o disposición a pagar de la población y se entre en un proceso de ajuste.

El valor del suelo es el conjunto de cualidades, usos y simbolismos que las personas percibimos de un territorio; en algunos casos, como insumo indispensable en la cadena de producción, como lugar en donde sembramos experiencias o, en otros, como hábitat de especies animales y vegetales. Es a través de la interacción social entre estos tres elementos que al suelo le otorgamos carácter como bien de intercambio, lugar donde echamos raíces y depositamos nuestro arraigo, zonas de protección ambiental o una mezcla entre ellas. La determinación del grado de valor del suelo dependerá del nivel de inversión en equipamiento, servicios públicos y bienes privados, del número de vivencias y afectos que acumulemos en un lugar o de su importancia y riqueza como sustento a la biodiversidad.

El valor del suelo se determina por las actividades económicas para las que pueda ser ocupado, la intensidad de éstas y los factores contextuales de su ubicación (conectividad, infraestructura, seguridad, acceso a educación, salud, oportunidades) que lo hacen más o menos atractivo. En las zonas de esta ciudad con mayor actividad inmobiliaria se esperaría que el valor del suelo converja a lo que se conoce como el valor residual: lo más que alguien estará dispuesto a pagar por un terreno es la diferencia entre las expectativas de comercialización de lo que ahí se ponga y los costos asociados a ponerlo, incluyendo la utilidad esperada. Por ejemplo: conforme crece la demanda por vivienda y aumenta su precio esperado, entonces jala hacia arriba el valor del suelo aledaño, que a su vez afecta el valor mínimo esperado de la vivienda que se produzca ahí, y así sucesivamente… hasta que el valor de la vivienda supere la capacidad adquisitiva o disposición a pagar de la población y se entre en un proceso de ajuste.

El valor del suelo es el conjunto de cualidades, usos y simbolismos que las personas percibimos de un territorio; en algunos casos, como insumo indispensable en la cadena de producción, como lugar en donde sembramos experiencias o, en otros, como hábitat de especies animales y vegetales. Es a través de la interacción social entre estos tres elementos que al suelo le otorgamos carácter como bien de intercambio, lugar donde echamos raíces y depositamos nuestro arraigo, zonas de protección ambiental o una mezcla entre ellas. La determinación del grado de valor del suelo dependerá del nivel de inversión en equipamiento, servicios públicos y bienes privados, del número de vivencias y afectos que acumulemos en un lugar o de su importancia y riqueza como sustento a la biodiversidad.