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Ciudadanía

¿Quiénes somos l@s ciudadan@s de la ciudad? ¿Qué define el grado de inclusión en el aparato de ciudad ¿Quiénes están fuera?

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La ciudadanía es una marca simbólica que distingue entre los cuerpos que importan y los que no; entre aquellos que gozan de voz, voto y protección y todos esos otros que de una u otra forma no somos nosotros. Curiosamente, como concepto, quiso prometer una democratización que pusiese en jaque a las aristocracias del ayer pero creó nuevas paradojas que, si bien han expandido la esfera de quién es un agente político, sigue a un mismo tiempo gestando una frontera entre aquellos que pertenecen a la ciudad y aquellos que le son ajenos.

La ciudadanía como promesa esconde lo irrealizable de una inclusión radical pues conlleva en sí misma la idea de los límites espaciales y políticos de un grupo humano. Oximorónica utopía de la que aún no sabemos prescindir.

El concepto eje, proveniente de la Revolución francesa y el liberalismo político, define al habitante consciente de sus derechos y obligaciones. Al calor de la Revolución quedó prohibido el uso del "señor" y se antepuso el de ciudadano.

En todas las constituciones liberales y para el derecho a pagar impuestos y sufragar en elecciones, se establece al "ciudadano" como sujeto de derechos y obligaciones.

En la época actual, el concepto es muy amplio, pero en especial, acompaña el proceso de individualización contrastando con las formas de organización social de clase, gremial o colectivas que protagonizaron los cambios en el mundo a lo largo de los siglos XIX y XX, mediante los grandes procesos sociales e históricos en el mundo. No obstante, también existe siempre la búsqueda de la organización ciudadana de individuos en pos de una misma causa. El ciudadano, siendo un término para dignificar al habitante de un país o nación, como un ser con derechos, resurgió con fuerza con todas las doctrinas económicas neoliberales a fin de buscar como objetivo de mercado, al ciudadano individualizado como consumidor.

La ciudadanía es una marca simbólica que distingue entre los cuerpos que importan y los que no; entre aquellos que gozan de voz, voto y protección y todos esos otros que de una u otra forma no somos nosotros. Curiosamente, como concepto, quiso prometer una democratización que pusiese en jaque a las aristocracias del ayer pero creó nuevas paradojas que, si bien han expandido la esfera de quién es un agente político, sigue a un mismo tiempo gestando una frontera entre aquellos que pertenecen a la ciudad y aquellos que le son ajenos.

La ciudadanía como promesa esconde lo irrealizable de una inclusión radical pues conlleva en sí misma la idea de los límites espaciales y políticos de un grupo humano. Oximorónica utopía de la que aún no sabemos prescindir.

El concepto eje, proveniente de la Revolución francesa y el liberalismo político, define al habitante consciente de sus derechos y obligaciones. Al calor de la Revolución quedó prohibido el uso del "señor" y se antepuso el de ciudadano.

En todas las constituciones liberales y para el derecho a pagar impuestos y sufragar en elecciones, se establece al "ciudadano" como sujeto de derechos y obligaciones.

En la época actual, el concepto es muy amplio, pero en especial, acompaña el proceso de individualización contrastando con las formas de organización social de clase, gremial o colectivas que protagonizaron los cambios en el mundo a lo largo de los siglos XIX y XX, mediante los grandes procesos sociales e históricos en el mundo. No obstante, también existe siempre la búsqueda de la organización ciudadana de individuos en pos de una misma causa. El ciudadano, siendo un término para dignificar al habitante de un país o nación, como un ser con derechos, resurgió con fuerza con todas las doctrinas económicas neoliberales a fin de buscar como objetivo de mercado, al ciudadano individualizado como consumidor.