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Colapso

¿Cuál es ese estado patológico de la ciudad que parece perder todo grado de estabilidad? ¿Será que ya es un estado permanente o que nuestra capital se ha vuelto más y más fuerte para superar estados de colapso una y otra vez?

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La némesis de la ciudad es el colapso. Como muestra está la mítica Atlantis, las ciudades en ruinas o la abandonada y menos célebre: Detroit. Tristemente en la Ciudad de México, la otra Ciudad de los Perros —no la de Vargas Llosa—, los habitantes nos devoramos unos a otros y a nuestros escasos recursos: fatídicamente no nacimos verdes, sino víctimas de la entropía. El colapso es la falla sistémica de los procesos que sostienen cualquier organización funcional y la ciudad no se escapa.

Hace décadas, la sobrepoblación era vista como una enfermedad apocalíptica. Hoy sabemos que las grandes urbes parecen ser más resistentes, inclusive "antifrágiles" cuando no paran de crecer. La lógica es simple, mientras la ciudad sea económicamente más fuerte, contará con recursos para mitigar sus problemas y evitar la crisis y su posible efecto de hecatombe. No llegar ahí es una responsabilidad técnica y política, atada a organizaciones económicas, sociales y más aún, a la conciencia individual de la fragilidad del hábitat. Si entendiéramos el colapso como un fin fatal, estaríamos unidos en un frente profiláctico. Es quizás, en el miedo al decaimiento, debacle y devastación de donde debe salir la fuerza comunitaria, cívica y responsable que guíe en un futuro que, al menos hoy, no tiene un guión claro.

La némesis de la ciudad es el colapso. Como muestra está la mítica Atlantis, las ciudades en ruinas o la abandonada y menos célebre: Detroit. Tristemente en la Ciudad de México, la otra Ciudad de los Perros —no la de Vargas Llosa—, los habitantes nos devoramos unos a otros y a nuestros escasos recursos: fatídicamente no nacimos verdes, sino víctimas de la entropía. El colapso es la falla sistémica de los procesos que sostienen cualquier organización funcional y la ciudad no se escapa.

Hace décadas, la sobrepoblación era vista como una enfermedad apocalíptica. Hoy sabemos que las grandes urbes parecen ser más resistentes, inclusive "antifrágiles" cuando no paran de crecer. La lógica es simple, mientras la ciudad sea económicamente más fuerte, contará con recursos para mitigar sus problemas y evitar la crisis y su posible efecto de hecatombe. No llegar ahí es una responsabilidad técnica y política, atada a organizaciones económicas, sociales y más aún, a la conciencia individual de la fragilidad del hábitat. Si entendiéramos el colapso como un fin fatal, estaríamos unidos en un frente profiláctico. Es quizás, en el miedo al decaimiento, debacle y devastación de donde debe salir la fuerza comunitaria, cívica y responsable que guíe en un futuro que, al menos hoy, no tiene un guión claro.