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Memoria

¿Qué es lo que recordamos de la ciudad? ¿En qué se queda grabado, en quiénes? ¿Qué queremos llevarnos para el futuro?

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La memoria es un binomio que se construye entre un plano liviano y fugaz y otro eterno e inmutable. Se construye de lo cotidiano pero al mismo tiempo de aquello invisible que se queda en un recuerdo que renace. Es un sueño donde comprender los límites es complejo y al mismo tiempo una huella que marca el paso del tiempo. La olemos, la sentimos y, si somos afortunados, podemos tocarla; cuando la vemos, sentimos que ya habíamos estado ahí y que lleva ahí una eternidad. Nos recuerda quiénes somos y a dónde vamos. Se aloja en cualquier parte, en un pedazo de tierra o en las formas de habitar de una comunidad y sus prácticas sociales, en el diámetro de un árbol, o en la densidad de un eco. Es intangible e íntima porque se construye en gran medida a partir de nuestras propias vivencias y nos hace sentir que pertenecemos a un lugar, y que ese lugar le pertenece a la tierra que habitamos. Casi siempre la acompaña el silencio y el vacío, pero su presencia es poderosa porque nos hace ser conscientes de nosotros mismos.

Se puede entender por memoria lo que permanece presente del pasado en un momento dado. Por ejemplo: "tengo en la memoria la primera vez que vi el mar". Si esta frase la dice un habitante de Ciudad de México, urbe del altiplano, se entiende más la impresión indeleble que causa en quien conoce por vez primera la inmensidad del océano. Pero tener memoria no es memorizar, procedimiento de carácter mecánico, nadie recuerda nada tal como es, el recuerdo está siempre transformándose en el acto de recordar. Y, además, la memoria no sólo es selectiva sino inventiva: de la primera vez que, siendo un niño, viajé en metro, lo único que tengo en la memoria es que entramos por la estación Juanacatlán y mi padre me tomaba de la mano. Lo curioso es que cuando alguna vez lo comenté con mi madre, ella me dijo que mi papá no había ido con nosotros ese día. La ciudad guarda memoria de nuestros pasos, cuando por alguna razón pasamos por alguna zona que no conocíamos, verla por vez primera es ya recordarla, tener una imposible memoria de algo no vivido. Sin la memoria no podríamos vivir; o, mejor dicho, no seríamos humanos.

Cuando la memoria se debilita, la única opción es la visión… es preciso aprender a mirar bajo la superficie, donde todo va más despacio y es posible intentar captar la naturaleza profunda de la historia que estamos viviendo, para así acercarnos a los ideales no conseguidos. Habría que alimentar la memoria, resarcir y así apuntar a la visión. ¿Cómo entender o develar las influencias fundacionales de Ciudad de México si la memoria se vuelve cada vez más difusa, y mientras la historia de la arquitectura se acumula y sobrepone sin tregua? Tlatelolco como centro ceremonial y comercial; como convento y colegio franciscano; como estación ferroviaria y periferia; como herradura de tugurios; como sede diplomática; como moderno conjunto urbano; y como espacio colectivo y cultural contemporáneo, es un testimonio vivo y latente de nuestra memoria apilada. Esta memoria remite a una noción más próxima y cercana para asimilar cómo se vivió, postergó y heredó la forma de la ciudad, y por consecuencia de nuestro habitar. La memoria es el repositorio de temas urbanos que requiere demostrarse para consultarse y resignificarse, una voz para reivindicar el derecho a la ciudad.

1.f. La capacidad de un organismo para resguardar experiencias, recuerdos y aprendizajes y traerlas al presente con el objetivo de informar sus decisiones y acciones.

2.f. El barro debajo de nuestros pies cuando tiembla en el lago de Texcoco.

3.f. La resistencia a fijar un solo significado al pasado con la colocación de una escultura, una placa, o un edificio; lo opuesto a un monumento. Crear espacio en vez de ocuparlo, recordar el pasado para transformar el presente.

4.verb. Acción de marchar, rayar, gritar y luchar en las calles para nombrar, retratar, ver, hacer ver y abrazar a nuestras personas violadas, violentadas, desaparecidas y asesinadas.

La memoria es un binomio que se construye entre un plano liviano y fugaz y otro eterno e inmutable. Se construye de lo cotidiano pero al mismo tiempo de aquello invisible que se queda en un recuerdo que renace. Es un sueño donde comprender los límites es complejo y al mismo tiempo una huella que marca el paso del tiempo. La olemos, la sentimos y, si somos afortunados, podemos tocarla; cuando la vemos, sentimos que ya habíamos estado ahí y que lleva ahí una eternidad. Nos recuerda quiénes somos y a dónde vamos. Se aloja en cualquier parte, en un pedazo de tierra o en las formas de habitar de una comunidad y sus prácticas sociales, en el diámetro de un árbol, o en la densidad de un eco. Es intangible e íntima porque se construye en gran medida a partir de nuestras propias vivencias y nos hace sentir que pertenecemos a un lugar, y que ese lugar le pertenece a la tierra que habitamos. Casi siempre la acompaña el silencio y el vacío, pero su presencia es poderosa porque nos hace ser conscientes de nosotros mismos.

Se puede entender por memoria lo que permanece presente del pasado en un momento dado. Por ejemplo: "tengo en la memoria la primera vez que vi el mar". Si esta frase la dice un habitante de Ciudad de México, urbe del altiplano, se entiende más la impresión indeleble que causa en quien conoce por vez primera la inmensidad del océano. Pero tener memoria no es memorizar, procedimiento de carácter mecánico, nadie recuerda nada tal como es, el recuerdo está siempre transformándose en el acto de recordar. Y, además, la memoria no sólo es selectiva sino inventiva: de la primera vez que, siendo un niño, viajé en metro, lo único que tengo en la memoria es que entramos por la estación Juanacatlán y mi padre me tomaba de la mano. Lo curioso es que cuando alguna vez lo comenté con mi madre, ella me dijo que mi papá no había ido con nosotros ese día. La ciudad guarda memoria de nuestros pasos, cuando por alguna razón pasamos por alguna zona que no conocíamos, verla por vez primera es ya recordarla, tener una imposible memoria de algo no vivido. Sin la memoria no podríamos vivir; o, mejor dicho, no seríamos humanos.

Cuando la memoria se debilita, la única opción es la visión… es preciso aprender a mirar bajo la superficie, donde todo va más despacio y es posible intentar captar la naturaleza profunda de la historia que estamos viviendo, para así acercarnos a los ideales no conseguidos. Habría que alimentar la memoria, resarcir y así apuntar a la visión. ¿Cómo entender o develar las influencias fundacionales de Ciudad de México si la memoria se vuelve cada vez más difusa, y mientras la historia de la arquitectura se acumula y sobrepone sin tregua? Tlatelolco como centro ceremonial y comercial; como convento y colegio franciscano; como estación ferroviaria y periferia; como herradura de tugurios; como sede diplomática; como moderno conjunto urbano; y como espacio colectivo y cultural contemporáneo, es un testimonio vivo y latente de nuestra memoria apilada. Esta memoria remite a una noción más próxima y cercana para asimilar cómo se vivió, postergó y heredó la forma de la ciudad, y por consecuencia de nuestro habitar. La memoria es el repositorio de temas urbanos que requiere demostrarse para consultarse y resignificarse, una voz para reivindicar el derecho a la ciudad.

1.f. La capacidad de un organismo para resguardar experiencias, recuerdos y aprendizajes y traerlas al presente con el objetivo de informar sus decisiones y acciones.

2.f. El barro debajo de nuestros pies cuando tiembla en el lago de Texcoco.

3.f. La resistencia a fijar un solo significado al pasado con la colocación de una escultura, una placa, o un edificio; lo opuesto a un monumento. Crear espacio en vez de ocuparlo, recordar el pasado para transformar el presente.

4.verb. Acción de marchar, rayar, gritar y luchar en las calles para nombrar, retratar, ver, hacer ver y abrazar a nuestras personas violadas, violentadas, desaparecidas y asesinadas.